Como combatir la cultura machista y la violencia que engendra
Hoy en dia es muy habitual escuchar hablar de violencia de género, promovida por el machismo.
Hace años, leí el libro “la masculinidad tóxica“, de Sergio Sinay, y me ayudó mucho a pensar en mi identidad como varón, y cómo cuestionar los mandatos sociales que sentía que me estaban limitando en mi capacidad de madurar como varón.
El día de hoy, considero necesario que exprese algunas ideas en relación al tema. Porque hay muchas aristas que no se mencionan ni se discuten, y considero que son esenciales si vamos a comprender lo que está pasando, y sobre todo, si vamos a lograr cambios que den lugar a una sociedad más madura y menos violenta.
La cultura machista
El machismo es una forma de organización social, que marca roles de género.
Nadie nace macho. Ni los varones ni las mujeres.
El macho no corresponde a un género, es más bien un lugar que cumple con ciertas características. La más fundamental de ellas es que el macho detenta el poder por la fuerza, no muestra debilidad. Por eso el lugar del macho se definió por negativo: no débil. Y la definición de débil se vincula a mostrar emociones (con pocas excepciones, como la ira y la alegría). La mujer culturalmente se la definió como innatamente emocional, así que fue vedada de ocupar ese lugar. El lugar se lo promovió como el ideal al que tiene que aspirar el varón.
Esto dió lugar a la falsa idea de que existe un sexo débil, y era la mujer. Y esta lógica a su vez engendró la construcción social de una relación de sometimiento. Efectivamente, era desde esta perspectiva más importante y válido el rol masculino de proveedor y pilar economico de la casa, que el de la mujer, pilar vincular, social y familiar.
A raíz de esta cultura machista, padres y madres enseñaron a sus hijos cómo debían ser, según sus estereotipos de género. Cómo el varón debía proveer para las mujeres, ser fuerte, cuidarlas, no mostrar debilidad. Cómo la mujer debía buscar su protección, someterse a su fuerza, y sostenerlo emocionalmente.
Esto llevó a varones que teman a diario que descubran sus debilidades, ocultando sus dudas, sus sentimientos, y que cuando necesiten hacer alguna expresión emocional, la terminen manifestando como enojo, quejas, agresión.
También dio lugar a mujeres que se les enseñaba que un verdadero varón debía ser un macho, y que debían aspirar a agradar al macho. Buscar la protección y el elogio del macho.
He ahí un caldo de cultivo para muchos factores que debemos corregir como sociedad.
Dio lugar a una estructura rígida, donde las personas no podían aspirar a lo que no les tocaba. Un hombre no podía blanquear que sí tiene emociones, y que podía llorar sin que le roben de su dignidad de ser varón. Una mujer no podía tener aspiraciones profesionales, no podía buscar ser reconocida por tu fortaleza o inteligencia. Cualquier intento de entrar en ese territorio por parte de una mujer era una amenaza, porque la definición de varón, construida con el modelo del macho, ponía en evidencia la debilidad que esconde: al definirse por la negativa, el varón está siempre en peligro de ser descubierto como un farsante, alguien que se la da de macho pero nunca puede serlo, porque es fundamentalmente un ser humano varón.
Justamente por eso una mujer puede poner en cuestionamiento muy fácilmente la “hombría” del varón. Porque al definirse por la negativa, necesita confirmar que es visto como un “macho” para sentir que lo es, sobre todo por su pareja. Si se le acusa de poseer cualquier signo de no-macho (ser gay, amanerado, o similar a una mujer en cualquier respecto) es amenazante.
Esto también da lugar a la doble moral del macho: puede ser infiel, pero no perdona la infidelidad.
El macho se define por su poder. Una forma de afirmar la identidad como “macho” es ejercer control sobre su territorio. El territorio del macho es el dominio jerárquico sobre las mujeres, la superioridad sobre la supuesta debilidad, y debe ser un acto público, porque sobre todas las cosas, quien quiere aspirar a ser macho, debe ser reconocido como tal para creer que lo es.
He ahí las charlas entre varones sobre sus “proezas” con mujeres. Cómo son sementales sexuales, siempre listos para coger ante cualquier oportunidad. Y cómo la infidelidad es una transgresión tan común de parte del macho: el macho toma lo que quiere y no da excusas. Otra cosa sería debilidad. Paradójicamente, el macho no se da permiso de decir: “no deseo ser esto, no deseo comportarme así”. Debe demostrar todos los días que es macho, o correr el riesgo de ser etiquetado como no-macho, que en la cultura machista, es el equivalente de perder la identidad de género para los varones.
La lucha contra el machismo
Cuando surgió el feminismo, fue en respuesta a esto. Las mujeres querían ocupar roles que dominaban los varones, y liberarse del lugar de sometimiento que estaban ocupando.
Ahí fue cuando comenzó el cuestionamiento abierto de la cultura machista. Al ser mujeres las que iniciaron este movimiento, luego a nivel de la sociedad en un sentido más amplio se generó una lógica de varón contra mujer que puede complejizar el problema en vez de resolverlo. Esta idea de varón versus mujer si bien no es compartida por todos los que luchan contra el machismo, genera confusión y lleva a que hayan personas que confundan feminismo con odio al sexo masculino.
Justamente esto me lleva al quid de la cuestión: ¿cómo luchar contra la cultura machista?
El camino más fácil es el más equivocado: la lucha por el poder. Luchar por el poder solo es validar el machismo. Porque es ver quien tiene el control, la verdad, y el derecho a ejercer la fuerza.
Luchar por el poder, es trocar los lugares y que las mujeres se conviertan en “el macho”. Si eso ocurre, es la victoria máxima del machismo. Cambian los roles, pero las reglas son las mismas.
Mi argumento es: derroquemos al macho, que no es ni el varón ni la mujer. Es un lugar rígido, cargado de mandatos negativos, que da validez social a la violencia ejercida desde ese lugar.
Para hacerlo, tenemos que empezar a validar tanto a varones como mujeres y permitir que socialmente podamos hacer una construcción diferente, más abierta, de lo que implica ser varón o mujer. Una definición que incluya las cualidades comunes que tiene la humanidad, y reconcilie las diferencias, que son menos de las que se cree. Que permita a los varones a explorar su emocionalidad sin miedo a ser criticados o discriminados. Que permita que las mujeres desarrollen todo su potencial, sin sufrir el escrutinio ni críticas de sus elecciones.
La clave: validarnos como personas, e invalidar a las conductas violentas
La invalidacion es una de las formas más dolorosas y comunes de violencia.
La sienten las mujeres cada vez que son cuestionadas por la forma de su cuerpo, sus hábitos, su ropa, sus elecciones. La sienten los varones cada vez que cuestionan su hombría, o son rechazados por mostrar “debilidad”.
No es necesario insultar, golpear, ni gritar para invalidar. Solo hacer sentir a la otra persona que no es válido ser quien es.
Es algo tan simple e insidioso que puede pasar desapercibido. Y lo más importante: cualquier ser humano es capaz de hacerlo.
La invalidación también es una forma de someter a los demás. Es una práctica que hacen a veces las personas para evitar un debate o una discusión: se invalida al otro para quitarle valor a lo que dice. Muchos políticos usan estas técnicas sucias.
Llevado al plano del machismo, la frase “los hombres no lloran” es una invalidación emocional. La frase “si te vestís de X manera estas provocando para que te hagan algo o digan algo” es una invalidación de la libertad. Ambos ejemplos tienen castigos severos: la deprivación de la identidad sexual, o el miedo a ser agredido física y sexualmente.
Y son solo ejemplos, si buscan, hay mil maneras de invalidar. La esencia es negarle al otro el derecho a ser quien es. Es decirle: no vale que seas quien sos, debes ser otra cosa.
Las personas cuando no aceptan a su pareja como es, y dicen “lo/la voy a cambiar”, invalidan.
El tema con la violencia es que si la identificamos con las personas que la ejercen y queremos eliminar a dichas personas, no erradicamos la violencia. Solo nos deshacemos de las personas que se comportan o comportaron violentamente.
Necesitamos aprender cuales son las maneras adecuadas de tratarnos, y cuales son inaceptables. He ahí mi idea: validar a las personas, validar el hecho y derecho de ser varón y de ser mujer, e invalidar la violencia.
Enseñarle al otro cómo nos hace sentir cuando somos invalidados, y que eso no es aceptable, es enseñarle a no ser violento.
No hemos de olvidar que el potencial para actuar con violencia está en todos los seres humanos, y no puede erradicarse por completo. No somos perfectos, y tenemos impulsos primitivos que son parte de quienes somos. Debemos aprender a manejarlos adecuadamente para vivir en sociedad de una manera más sana y madura.
Soy conciente que es un tema que da para hablar, y ningún articulo va a ser suficiente para abarcarlo.
A modo de cierre, invito a los lectores a ver unos videos que muestran con claridad cómo explicarle a alguien que está teniendo una conducta violenta, y cómo evitarla.
También a leer sobre la masculinidad tóxica, sea en el libro ya mencionado de Sergio Sinay, o por ejemplo es este artículo periodístico escrito por Sabrina Diaz Virsi, y que muestra cómo en la publicidad están empezando a cuestionarse los mandatos machistas impuestos a los varones.
Invito a todos a opinar, con la pauta de respeto. Recordemos que es un tema sensible, y es fácil enojarse al tocarlo.
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