El poder de la amabilidad

El poder de la amabilidad

El otro día tuve una conversación sobre un gesto de amabilidad espontáneo que tuvo un consultante en relación a un compañero de trabajo. Al compañero le habían hurtado un tupper de comida, y mi paciente le ofreció un tupper propio.

El consultante había relatado que hubo personas que le advirtieron que no correspondía hacerlo, que lo podía tomar a mal, etc.

Esta anécdota fue el disparador de una charla muy interesante sobre los pequeños gestos, su importancia, y cómo nos relacionamos en las interacciones cotidianas con la gente en general. Y esa charla me inspiró a escribir este artículo.

El sesgo social

Hace algún tiempo noto que los argentinos tendemos a replegarnos cada vez más sobre nosotros mismos. Las múltiples crisis económicas, gobiernos fraudulentos e inescrupulósamente mentirosos, y la más reciente pandemia, junto con el creciente uso de la modalidad home-office favorecieron que muchas personas se encierren en sus hogares y sus vidas, guareciéndose de la comunidad en la que viven. 

Hay un clima de resentimiento y enojo crónico en las personas, un pesimismo que nubla el día a día, y que quita la posibilidad de ver valor en los roles que ocupamos habitualmente.

Pero esto no siempre fue así. Desde que era chico, presencié muchas situaciones sociales donde la amabilidad y la apertura eran habituales.

Por ejemplo, innumerables veces vi y participé en escenas donde había que ayudar a alguien empujando su auto para que arrancara.  También estaba la persona que hacía dedo para que la arrimen a algún lugar. Personas que cedían su asiento a quienes más lo necesitaran. O un sencillo verse a los ojos y saludarse antes de pedir algo.

Hay muchas pautas que el mundo de la inmediatez debilitó o reemplazó. Nos olvidamos que cada vez que tratamos con alguien, hay una persona del otro lado. Una persona que vive, siente, y busca ser registrada. Una persona como uno mismo.

Vivir o sobrevivir

El gran problema es que, cuando vivimos en contra del mundo, solo sobrevivimos. Vamos a trabajar sintiendo opresión y miedo, luchamos contra los demás, viviéndolos como obstáculos de nuestras metas. Luego regresamos a nuestros hogares, donde (quizás) nos sintamos seguros.

El tema es que vivir aguantando la vida misma, es solo sobrevivir. Y eso solo se puede hacer por algún tiempo, hasta que nos empiece a pasar factura. Los síntomas de ansiedad o depresión son muchas veces indicadores de esa relación defensiva que tenemos con el entorno con el que interactuamos.

Para vivir realmente, es preciso abrirse y arriesgarse. No solo enfocarnos en evitar ser dañados, engañados o manipulados. Más bien, apostar a las interacciones humanas que anhelamos y necesitamos. Ahí es donde entra la amabilidad como pilar fundamental.

Elegir ver al otro y ser visto por el otro

Cuando uno es amable, se abre a la otra persona con quien interactúa. Es un gesto que dice “te veo, no sos invisible, existís”. Es un acto de confirmación muy necesario para vivir en paz. Y es una confirmación doble, porque uno necesita salir a la luz y mostrarse genuinamente para hacer un acto de amabilidad. Es un breve y auténtico encuentro entre dos personas.

Los pequeños gestos de amabilidad son el alimento de la esperanza y el bienestar humano. De hecho, son pilares fundamentales de cualquier relación sana. En un matrimonio, conforman el manto de amor que protege la relación de las frustraciones, desencuentros y el desgaste que lleva compartir la vida con alguien por un tiempo prolongado.

Los gestos de amabilidad fomentan la confianza, otro pilar fundamental de la vida en sociedad. Y lo mejor de todo, es que son muy fáciles de hacer. No requieren actos heróicos ni sacrificios supremos, son pequeñas actitudes que podemos incorporar en nuestra rutina.

¿Buenudo, o más bien bondadoso maduro?

En la Argentina se usa mucho el término “buenudo”, que combina la palabra bueno y boludo (lunfardo de tonto o ingenuo). Es un término despectivo que invalida la amabilidad y la bondad, asociándola a una actitud infantil, y a las personas buenudas se las tacha de manipulables y negadores de la realidad.

Sin dudas, existen personas buenudas. Es el caso de personas que son incapaces de ver la capacidad de hacer el mal en las personas, y de protegerse adecuadamente. Esa ingenuidad no es una virtud, es una falencia. Pero la bondad madura no es producto de la ingenuidad, sino de la experiencia. 

Para ser una persona bondadosa y madura, hay que haberse pegado la pera contra el suelo, levantado y apostado nuevamente a vivir, aprendiendo de esa experiencia de frustración. 

Las personas bondadosas y maduras reconocen que una vida sin amabilidad y sin bondad es una media vida. Una vida donde no pueden ser sí mismos con otras personas. Dichas personas saben que más vale arriesgarse a vivir, que resignarse a minimizar el sufrimiento. Requiere sabiduría y valentía vivir así, cualidades que distan largamente de la definición de buenudo.

La bondad inspiradora

Hay un efecto fundamental de los gestos de bondad y amabilidad. Son contagiosos. Cuando una persona hace un gesto de genuina amabilidad y bondad, inspira a la otra persona a abrirse. Genera una sintonía positiva entre las personas que lo comparten. Es algo poderoso, en un mundo de hipocresías y mentiras, ver a alguien que genuinamente quiere hacer algo bueno por otra persona, por más pequeño y efímero que fuera.

Por eso son tan importantes. Son las piedras fundamentales de los vínculos que forjamos a diario. Y por consiguiente, son las que marcan cómo nos sentimos con los demás, y cómo vemos el mundo que nos rodea.

Una cosa más…

Para finalizar, les dejo una serie que ejemplifica lo que acabo de decir a la perfección. Ted Lasso es una serie donde su protagonista transforma sus vínculos a través de la amabilidad genuina y madura. También es una de las mejores series que ví en los últimos años, así que la recomiendo doblemente. 

¿Ustedes que piensan sobre la amabilidad? Pueden compartir sus pensamientos en la sección de comentarios.

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