La importancia de lo que le damos a nuestros hijos

La importancia de lo que le damos a nuestros hijos

A menudo escucho comentarios de padres y madres que argumentan que hay cosas que no está bien enseñarles de niños a sus hijos, porque son decisiones que tienen que tomar por ellos mismos cuando fueran mayores.

Hoy en día hay una tendencia a idealizar la libertad y la independencia. Aspectos de la identidad que estaban reglados y normativizados culturalmente se están cuestionando a diario, generando una genuina revolución identitaria.

Si bien estructuras sociales que normativizan están para darle un orden al caos, es cierto que hay períodos donde la tendencia al orden puede tornarse tirana. Bien sabemos que nada llevado al extremo es bueno. En la Argentina, el orden yendo demasiado lejos tomó forma durante la dictadura militar. Es un período social que dejó una profunda marca para la sociedad argentina. Ejemplos del orden yendo demasiado lejos abundan en la historia: el nazismo de Hitler, el comunismo ruso de Lenin, el comunismo chino de Mao.

Es evidente que cuando se lleva la idea de orden y se la usa como un mecanismo para el poder, se puede atropellar a los individuos. Desaparecen los derechos humanos. También se pierde al derecho a ser diferente.

Hoy en la Argentina se viven tiempos muy distintos. Estamos en una tendencia hacia la esfera del caos, donde se ha vuelto habitual el cuestionamiento de las tradiciones y las estructuras con las que crecimos. El caos promete lo nuevo, es la encarnación del potencial humano, pero también representa la bestia de lo desconocido. El caos es promesa y amenaza al mismo tiempo.

Esto nos lleva al tema que quiero tocar hoy. Donde otrora los padres elegían y dirigían casi totalmente la vida de sus hijos, imprimiéndoles las reglas sociales y también de su familia, hoy algunas personas dudan en transmitir algunos patrones culturales, con temor a reprimir el potencial de su descendencia.

Cuando un bebé llega al mundo, llega desnudo e incompleto. Su supervivencia depende de que pueda anidar en una familia, y a partir de ahí desarrollarse. Y su desarrollo no es solo biológico, sino tambien social y espiritual.

No es menor el hecho de que los padres decidan la etiqueta que va a contener su identidad: su nombre y apellido. Y no minimicemos la parte del apellido. Éste marca la doble formación identitaria desde que nacemos: el nombre es lo que nos hace únicos, y el apellido es lo que nos hace pertenecer a una familia. Somos uno y somos parte.

Esto es muy importante. Los niños cuando crecen necesitan parámetros para guiar su desarrollo y para ir desarrollando su identidad. Cuando los padres se niegan a orientarlos con la idea de que eso sería sesgarlos y negarles su verdadero yo, en realidad lo que están haciendo es desampararlos. El derecho a la identidad es importante porque los jóvenes miembros de una familia necesitan y merecen recibir de ella sus valores, creencias y cultura. Si no son estimulados y formados, nunca podrán llegar a desarrollarse y crecer adecuadamente. No se puede crecer en base a la nada.

Pasemos a un ejemplo más concreto. Digamos que una pareja de padres cristianos creen que no deberían enseñarles su fe y su religión a sus hijos, en nombre de la libertad de elección. Esto supondría dos problemas de base. El primero es que les estarían negando dar a conocer algo que es fundamental en su propia vida como adultos e individuos. Y el segundo es que aún así dichos padres no podrían escindirse lo suficiente para borrar todo lo que los hace cristianos. Los valores, moralidad y forma de vivir serían igual parte de la vida de sus hijos, aunque quisieran evitar hablar de su religión explícitamente. Pero al hacerlo veladamente, los hijos no podrían comprender el comportamiento de los padres, y pondrían un obstáculo en el vínculo paterno-filial.

Tanto padres como madres funcionan como modelos para los hijos. Ellos no solo guían y reglan, sino también muestran cómo ser. Y los hijos tienen una gran necesidad de recibir todo esto de sus padres y madres.

Los límites además potencian el desarrollo. Por eso se usan tutores para guiar el desarrollo de una pequeña planta. Permite que crezca el tronco y las ramas en una dirección favorable.

No hay que olvidar que si bien el proceso de identidad se forja en la familia primero, en la llamada socialización primaria, y en segundo lugar en instituciones como la escuela durante la socialización secundaria, este proceso continúa en la adultez. Un joven adulto puede revisar las partes de su identidad que no le calzan, para seguir creciendo y transformándose, dejando de lado lo que le resulta inadecuado y abrazando lo que le ayude a prosperar en su vida. Y las herramientas que disponga para hacer este proceso van a ser las que haya recibido en los anteriores. Un joven que no fue educado para tener un vínculo con su propia espiritualidad estará perdido y desorientado respecto de esa parte de su ser. Quizás nunca pueda desarrollarla adecuadamente, o le requiera mucho trabajo y búsqueda personal. Un joven que no haya sido guiado en relación al aspecto laboral quizás tenga muchas dificultades para formarse y desarrollarse profesionalmente. Y uno que no haya sido educado moralmente es probable que termine en la delincuencia o en hábitos autodestructivos.

Durante el desarrollo, es lógico que un hijo manifieste características únicas, preferencias, afinidades y gustos. Tanto padres como madres pueden generar un diálogo con sus hijos durante el proceso de crianza, donde tengan en cuenta estos emergentes y vayan incorporándolos en el mismo. Un modelo no es un molde rígido para crear una copia fiel del original. Es un punto de partida, una estructura a partir de la cual crecer.

Privar a los jóvenes de modelos funcionales es quitarles algo esencial que necesitan. Ningún modelo es perfecto, pero a la vez ninguna persona lo es, ni siquiera nuestros hijos. Por eso, hasta nuestras partes inacabadas e imperfectas terminan siendo buen abono para su desarrollo. No les privemos de lo que necesitan. En vez de eso, tengamos fe en ellos, de que podrán hacer algo bueno con lo que les demos.

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