Amor líquido: cómo afectó la modernidad líquida a la pareja
Hace muchos años, cuando me estaba por recibir, me tocó hacer una tesina (un proyecto de investigación). Yo, ya en ese entonces, tenía mucho interés en la pareja, así que decidí investigar cómo se construían los vínculos de pareja en la gente joven.
El trabajo lo vinculé con las teorías de Zygmunt Bauman, el célebre sociólogo, que planteaba que la sociedad había pasado de ser una modernidad sólida (donde se buscaba construir vínculos duraderos, apostar al armar algo mirando al futuro, buscar la estabilidad, etc), a una modernidad líquida (donde se vive en el ahora, las cosas son efímeras, lo nuevo es siempre mejor y reemplaza lo viejo, los vínculos son más fluidos, por ende, menos estables, etc).
Mi hipótesis era que las pautas de la modernidad líquida iban a perjudicar a las parejas, dado que minan pilares fundamentales para que los vínculos perduren sanamente.
En su momento mi herramienta para investigarlo fue un simple cuestionario. Mis recursos no daban para más. Y esa herramienta limitada no bastó para dar una respuesta clara sobre el impacto de la modernidad líquida a la pareja.
Más de una década después, el consultorio terminó de mostrarme lo que como estudiante sospechaba. Fui viendo cómo la juventud se volvió reacia a comprometerse, más intolerante, más exigente, más desconfiada. Y por este motivo, es una generación que tiene dificultades para hacer que una pareja a largo plazo perdure y funcione.
En este artículo profundizaré este tema, identificando desafíos y soluciones.
El sueño moderno
Para poder entender lo que plantea Bauman, primero hay que hablar de la modernidad sólida. Creo que una forma de describirla con sencillez, es explicando el sueño moderno, lo que guiaba a las generaciones que vivieron en tiempo de modernidad sólida.
El sueño moderno, tambien conocido como sueño americano, era la promesa de que con esfuerzo y compromiso uno podía construir una vida y prosperar. Los objetivos sociales en esa época giraban entorno a instituciones como el trabajo y el matrimonio. La mayoría de las personas aspiraban a casarse, formar una familia, trabajar y crecer en una empresa. Había un norte social mas o menos bien definido, y suficiente fe en él para que la mayoría se alineara y trabajara en relación a él.
Eso no significa que todo fuera ideal, por supuesto. Sencillamente se trataba de una sociedad que buscaba lo sólido, lo confiable, lo que pudiera crecer a lo largo del tiempo. Era la idea de prosperidad la que fomentaba esta visión colectiva. El futuro prometía prosperidad para el que se comprometiera a armar una vida ordenada.
La caída de la modernidad sólida
Pero con las décadas, los valores sociales fueron cambiando. Se cuestionaron las instituciones que fomentaban el estilo de vida hasta ese momento tradicional. Los roles sociales rígidos entraron en crisis, dado que la gente quería vivir de manera diferente. Por ejemplo, el feminismo fomentó muchísimo el cambio del rol de la mujer en la sociedad. Se empezaron a proponer formas diferentes de vivir, y comenzaron a resaltar más las diferencias de elección. La libertad de ser uno mismo y de elegir lo que uno quiera se empezó a vitorear como el valor fundamental.
La globalización aceleró mucho esa ruptura con lo tradicional, inundando a la gente de alternativas y promesas de vivir mejor dejando de lado los modelos de generaciones anteriores y probando cosas nuevas. También la tecnología hizo cada vez más conveniente la vida de placer y la inmediatez. Cada vez más todo era al alcance de la mano, y descartable. La promesa de lo nuevo como inmediatamente bueno y superior a lo viejo hizo que las personas pensaran cada vez más en plazos más cortos.
La fluidez como falso ideal de libertad
Cuando Bauman acuñó el concepto de modernidad líquida, usó esa analogía para describir lo fluidas y cambiantes que eran las cosas en esta sociedad.
No pudo estar más acertado. Las generaciones que crecieron en tiempos de modernidad líquida vieron un mundo que sufría cambios a una velocidad que crecía exponencialmente.
Estar en lo último era fundamental. Permanecer igual, o comprometerse a algo, era correr el peligro de volverse obsoleto o irrelevante.
Al renunciar a usar a las generaciones anteriores como modelo, por ser viejas, las nuevas debían construir muchas cosas prácticamente a ciegas. No faltaron los gurúes y los modelos maravillosos y novedosos de vivir y de comportarse. Uno más efímero que el anterior.
Había una promesa de que todas las penas y fallas de la humanidad se iban a resolver con estas nuevas fórmulas.
La juventud se erigió en un pedestal, dejando la vejez y la madurez como algo que había que evitar a toda costa. La muerte se volvió tabú.
En el afán de renovarse constantemente, el ideal de ser libre tomó máxima relevancia. Todos querían tener las opciones abiertas, no perder su potencial. Ese potencial que uno tiene siendo joven, de tener toda la vida por delante, se volvió el bien más preciado.
Y por eso el compromiso a largo plazo se volvió indeseable. Es muy costoso. Elegir algo siempre implica dejar algo de lado. Ni hablar del miedo a la incertidumbre (cada vez mayor en la modernidad líquida). Era más seguro tener las opciones abiertas.
Sencillamente, la modernidad líquida engendró una generación que en pos de ser libre se negó a elegir asumir compromisos duraderos.
El precio de la fluidez
Cuando los compromisos son débiles, solo basta con un viento para tirarlos abajo. La adversidad, indeleble contrincante de la humanidad, siempre se hace presente de una manera u otra. Las instituciones de la modernidad sólida, muy debilitadas en el presente, dejan de ser esa casa de ladrillo del cuento de los 3 chanchitos. Los jóvenes de la modernidad líquida a duras penas se animan a hacer una casa de paja.
Ya ahí es donde el sentido de fluidez muestra su lado oscuro. El no poder compromoterse con algo y luchar por eso aunque la cosa sea difícil hace que las personas huyan de los desafíos que les presenta la vida.
Hay un dicho muy sabio: el que no arriesga, no gana. Y el no animarse a arriesgar hace que uno quede en eterno potencial, lo cual es desperdiciarlo por completo. El potencial está para convertirse en potencia, y una vez que se vuelve potencia se vuelve sólido.
No podemos vivir infinitas vidas, vivimos una, nos guste o no.
Y como remate, por mas que en estos tiempos pese decirlo, somos más sólidos de lo que nos gusta reconocer.
No podemos convertirnos en cualquier cosa. Cada persona tiene que aceptar muchos limites e imposiciones en la vida. Incluso la personalidad, el sexo, la genética. Uno elige muy poco, y lo que sí elige, lo hace dentro de ese marco. Sin reconocer ese marco, es aún más dificil saber cuales decisiones son correctas y cuales no.
Bueno, ¿y que pasa con la pareja?
La modernidad líquida hizo que las personas eviten el compromiso mucho más que antes. El compromiso empezó a tener mala prensa. Es lo que hicieron las anteriores generaciones, y lo viejo debe quedar atrás. Se asoció al compromiso todos los fallos y errores de las generaciones de la modernidad sólida. Las parejas evitan casarse, o lo hacen a una edad mucho mayor.
Hay parejas que hasta evitan usar el título de novios, lo ven como un impedimento que perturbaría su libertad de fluir.
Lamentablemente, el no poder ni siquiera llevar el título de novios no hace más que entorpecer el crecimiento del vínculo. La búsqueda de la libertad como el que nadie te limite termina fomentando personas muy solitarias.
Cuando dos personas eligen formar una pareja, pero buscan que todo sea como esperan, que nada frustre ni molesta, serán mucho más propensas a querer romper la relación cuando la cosa se ponga dura.
En consecuencia, los divorcios son cada vez más frecuentes, y mucha la gente vive cada vez más aislada, dejando que la intolerancia se anide en sus corazones.
El amor auténtico siempre es sólido
La pareja estable, para bien o para mal, es una tipo de vínculo que necesita pautas sólidas para prosperar, como una planta necesita tierra firme y fértil para crecer.
Para empezar, el amor profundo y auténtico necesita que dos personas se conozcan plenamente. Y para conocer a alguien es preciso reconocer que es alguien concreto, con cualidades, sueños, deseos, miedos, talentos y fallas. Una persona que tiene identidad, que es específica. Que puede cambiar a lo largo de la vida, pero siempre siendo ella misma.
Amar y ser amado por quien es verdaderamente (no por cómo quieran que los vean) es parte esencial del vínculo.
Por eso, para empezar con el pie derecho la relación, hay que comprometerse en ese proceso de conocer a la otra persona y darse a conocer.
Hay que hablar de la vida que cada uno quiere, y apostar a construir un sueño conjunto. Sí, oyeron bien, hay que planear la vida, y buscar que esa vida se haga de a dos. Y la única forma de hacerlo es soñando con una vida donde dos personas puedan ser leales en las buenas y las malas. Como suelen decirse en los votos matrimoniales: en la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad… Eso incluye tambien la vejez.
Eso solo es hacer una gran ruptura con la filosofía de vida de potencial eterno. Es buscar elegir juntos como realizar ese potencial. Y después viene el paso lógico. Animarse a hacer un compromiso. Jugársela. Y hacerlo en serio. Tener fe en esa relación y elegir ser un equipo para armar esa vida que compartan, de eso se trata una relación de pareja fuerte y madura.
Como ven, la pareja necesita renunciar a algunos falsos ideales de la modernidad líquida para prosperar. Tiene que renunciar al ideal de fluidez y cambio eterno para hacer un compromiso real. Tiene que dejar de lado el individualismo y la tolerancia para apostar a confiar en un vínculo creado con libertad y jugársela por un sueño compartido.
Tiene que enfrentar el miedo a la muerte para poder pensar en la vida como única y reconocer que lo que no se siembra no se cosecha, y que los vínculos fecundos no se hacen de la noche a la mañana.
Lo más importante: que el reconocernos finitos e imperfectos no nos hace descartables.
Para poder amar y ser amados auténticamente tenemos que aceptarnos como somos, y eso requiere aceptar limitaciones. De lo contrario, seremos muy intolerantes, y no podremos ver el valor del vínculo mas allá de las frustraciones y conflictos que inevitablemente se presentan en cualquier relación.
Trabajando hacia una postmodernidad líquida
Escribo este artículo con el deseo de espabilar a una generación demasiado atrapada en la vorágine de cambio y el miedo a la incertidumbre.
La modernidad líquida viene siendo la era de mucho brillo y poco oro. Demasiada fachada y escasa sustancia. Es preciso reconocer las limitaciones de la vida para darnos cuenta que la verdadera libertad radica en saber elegir con convicción qué hacer con ella.
Y esta idea, traducida a la pareja, es elegir con quién queremos compartirla. Con quién queremos crecer. Con quién queremos enfrentar la adversidad y luchar por salir adelante. La vida es muy dura para pasarla sola. Las vanidades y soberbias no llenan el alma. Solo el amor fecundo lo hace.
Vale la pena agradecer a las personas que con coraje cuestionaron lo que estaba mal en el modelo de pareja tradicional, que por su estrechez entró en crisis, y a su vez reconocer el valor que esas generaciones aportaron a la juventud de hoy. La verdadera sabiduría se construye con humildad y sabiendo que nadie llega a nada puramente por mérito propio.
Hay que aprender a sacar el valor de lo que nos dejaron y enseñan las generaciones anteriores, ser valientes en probar cosas nuevas, y construir mejores modelos. De esa manera podríamos sintetizar lo mejor de ambas etapas de la modernidad, y llegar a un equilibrio entre el deseo de preservar lo bueno y valioso, y al mismo tiempo tener la libertad de expandir, experimentar y existir fuera de estructuras excesivamente rígidas.
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