El desafío de la diversidad

El desafío de la diversidad

En estos días, se habla mucho de diversidad e inclusión. Yo hace bastante reflexiono sobre esto, y considero que la diversidad es el desafío más grande que tenemos como sociedad. Históricamente la diversidad fue negada por paradigmas simples, que definen al ser humano en esquemas de alto contraste, categorizándolo en esquemas poco diversos, y dejando todo lo que no encaje como anomalías indeseables y repudiables.

Hoy en día muchas personas que pertenecían a esos grupos fuera del canon están luchando para ser incluidos en él, buscando representatividad y queriendo ser considerados como normales. Esto, a quienes fueron criados en dichos esquemas simples, les puede resultar chocante o anormal. Quizás nuestros hijos normalicen esta situación, con una mirada más amplia.

Sin embargo, lo que quiero abrir a la cuestión en este artículo es otra cosa. Porque contemplar la diversidad, en toda su complejidad, no solo nos exige su aceptación. También nos pone en jaque en otro aspecto, uno muy personal y profundo. 

Los esquemas simples nos proveen una idea de lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. Aceptar la diversidad es un paso necesario, pero si solo aceptamos pasivamente que el mundo es caos, entonces perdemos la capacidad de poner nuestra vida en perspectiva y construir algo valioso. Perdemos la capacidad de crear orden.

El vivir en diversidad no significa que sea un “vale todo”, como sugiere el relativismo cultural. Implica que el mundo tiene infinitas posibilidades, y que el ser humano tiene mucho potencial de transformarse y manifestarse de múltiples maneras. Pero eso no implica que todas las formas, todos los caminos, sean buenos para el individuo o la sociedad. Sin una brújula moral, podemos quedar perdidos en la niebla de las infinitas posibilidades. El caos, sin herramientas para orientarnos en la vida, se convierte en una bestia voraz y peligrosa. 

Si reconocemos que no todas las decisiones son convenientes o buenas, ¿cómo podemos orientarnos en nuestras vidas como individuos? ¿Y cómo podemos decidir cuál es la dirección conveniente y favorable para tomar como sociedad?

Jordan Peterson (famoso psicólogo canadiense, escritor de libros best seller) plantea en su libro “mapas de sentido” que las religiones y mitologías, más que intentar explicar el mundo físico y objetivo, buscan orientar al ser humano en el mundo como un foro de acción. El mundo no es algo que vivamos de manera objetiva, sino subjetiva. El mundo como foro para la acción, es un mundo que nos convoca a hacer algo en él. Un mundo donde nos podemos ubicar existencialmente y orientar en quiénes somos, para qué estamos aquí, cuál es el sentido de nuestra vida, cuál es el valor de nuestros actos. Por este motivo, no nos basta con entender el mundo material, en un sentido objetivo, sino también necesitamos un mapa para saber cómo ser y actuar en él.

¿Qué implica todo esto? Que nacemos, somos conscientes de nuestra existencia, pero no tenemos un propósito evidente en nuestra vida. Somos puro potencial, pero sin orientación ese potencial no se puede aprovechar. Y en estos tiempos que tendemos a rechazar estas mitologías en favor de una mirada más objetivista propia de la ciencia y orientada al mundo de las cosas, sumado a que la diversidad cultural debilitó los discursos culturales de este estilo, quedamos a la deriva en la aventura de ser humanos.

Es preciso que abordemos el desafío de tomarnos la existencia con seriedad. La brújula puede orientarnos si tiene a un punto a dónde señalar. Para eso, concientizar cuales son los valores que vamos a elegir para ordenar nuestra vida será esencial. Eso dará valor a nuestras decisiones. De lo contrario, el “vale todo” será la única verdad. 

Valorar la vida es intentar jerarquizar y ordenar formas de vivir. Es considerar moralmente la vida en sociedad. Es responsabilizarse por nuestra parte en la misma.

Son tiempos de cambio, y eso implica una oportunidad de transformarnos, tanto como personas como sociedad. Es preciso que empecemos a plantearnos estas preguntas, conversarlas colectivamente, para construir un mapa que nos oriente en este mundo que es esencialmente para nosotros un foro de acción. Un mundo donde podamos ser y hacer, para construir sentido.

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