Las grietas que nos separan
Hoy quiero hablar sobre la famosa grieta social. Hace años que intento comprender este fenómeno que nos aqueja.
Cuando hablamos de una grieta, nos referimos a una analogía donde se representa la distancia entre grupos de personas como un abismo insondable. Algo que estaba unido de repente se raja y marca una distancia.
La presencia de una grieta marca una imposibilidad de comunicarse genuinamente, compartiendo ideas y puntos de vista, escuchándose mutuamente. Cuando está presente una grieta, la otra persona se la ve como un enemigo en vereda opuesta, una persona que está ahí para frustrarte, la encarnación de lo que está mal. La lógica que subyace la grieta es de separación y enemistad.
Curiosamente, esto ocurre incluso entre personas que son todo menos enemigas: ocurre entre familiares, amigos, padres e hijos, miembros de una pareja. Cualquier vínculo puede quedar interferido por una grieta que genere una dinámica de oposición y enemistad que la pueda dañar o a veces incluso destruir.
Uno de los mecanismos que pude identificar entre las personas que tratan de hablar sobre un tema que provoque un estado de agrietamiento es que se percibe el discurso del otro como invalidante del propio. Las ideas expuestas se polarizan y ambas partes dejan de escuchar, para pasar a defenderse de lo que el otro quiere decir.
Cuando uno se identifica con una causa o con un discurso, es más fácil que una conversación se agriete. Solo basta con identificar las características de pensamiento alternativas para activar el modo defensivo y empezar a defender causas, en vez de intercambiar ideas.
Desde ya que intercambiar ideas no significa necesariamente generar acuerdos. Uno puede pacientemente escuchar lo que otra persona tiene para decir, y educadamente expresar cómo uno no comparte esa forma de ver las cosas, y describir el propio punto de vista. Si ponernos de acuerdo fuera tan sencillo, no existirían grietas, o al menos éstas no impedirían que se dieran genuinas conversaciones.
Ya es bien conocido que cuando hablamos, no decimos todo lo que pensamos. Y no me refiero a la mentira ni al engaño, sino al mecanismo de abreviación y simplificación que hacemos cuando codificamos lo que queremos decir. Al hablar creamos un discurso coherente que intenta transmitir las ideas y experiencias subjetivas, para que puedan objetivarse y compartirse. Al codificar lingüísticamente para crear un mensaje, se deja información de lado, y esto lleva a que puedan haber muchas malinterpretaciones.
Paralelamente, el que escucha un mensaje, lo interpreta en base a sus propias experiencias, pensamientos e ideas. O sea, hay dos momentos en donde la información es procesada, traducida y transformada. Y esto explica por qué lo que uno quiere decir y lo que el otro escucha distan tanto tan a menudo.
La grieta genera una predisposición frente a lo que la otra persona diga. Se lo toma como amenazante, se lo categoriza como malo, peligroso, dañino. La grieta se nutre de prejuicios donde se piensa que lo que dice el otro no tiene mérito de ser escuchado, porque es “más de lo mismo”. Se considera, a priori, que lo que dice esa persona representa ideas equivocadas o malas, y que hay que rechazarlas de inmediato. En otras palabras, se invalida todo lo que venga de esa persona y se deja de escuchar.
Mientras más se trata de aclarar un punto de vista, el mecanismo de la grieta hace que se tome esto como una fortificación ideológica. Cada parte refuerza sus argumentos, y hace cada vez más difícil escuchar genuinamente a la otra.
Uno de los problemas de esto es que mientras más operamos así, menos nos vinculamos con personas que piensan diferente, y nos volvemos cada vez menos hábiles para intercambiar ideas distintas. Nos volvemos más rígidos en nuestra forma de pensar y procesar la realidad. Perdemos la capacidad de abrir la mente y aprender. Funcionar con las reglas de la grieta nos degrada como seres humanos.
Esto nos hace más vulnerables a la adhesión de ideologías totalitarias y fundamentalistas. Todo lo distinto se vuelve peligroso y negativo. Más válidas parecen las ideas familiares y conocidas, repetidas hasta el cansancio tras haber exiliado todo tipo de discurso que proponga una divergencia. Es así como nos polarizamos socialmente.
Por más difícil que sea, la única forma de superar las grietas es tomarnos el tiempo de hablar sobre los temas difíciles. Exponer ideas, y sobre todo escuchar las ajenas. No tener miedo de cuestionar, no para atacar al otro, sino para pensar diferente. Para construir saber. Para integrar puntos de vista. Y esto nos exigirá ver a la otra persona, y tomarla como interlocutor válido. Eso implica abrirse genuinamente, tomarla como alguien que sabe algo que uno no sabe. Tratar de aprender de la otra persona. No verla como un enemigo, sino como la encarnación de la diversidad. Alguien diferente, pero no menos persona que uno.
Y el mejor lugar para empezar es en el hogar. Practicarlo con quienes vivamos, y con quienes elijamos compartir nuestra vida cotidiana. Si no somos capaces de hacerlo con la gente que elegimos para compartir la vida, menos lo haremos con alguien desconocido.
Creo que todo lo resume la famosa frase “cosechas lo que siembras”. No sembremos enemistad ni odio. Mejor sembremos apertura mental y amistad. O al menos respeto. Solo el respeto haría una diferencia sustancial, y tendría la posibilidad de cerrar las grietas que nos amenazan.
Descubre más desde Tomas Donato
Subscribe to get the latest posts sent to your email.
Creo que con el tema de la grieta, nos cerramos cada vez más y lo hacemos hasta a propósito, sin intentar aflojar o distender la situación. Es como si hasta lo disfrutamos estar en la vereda opuesta
Es un mecanismo defensivo. Vivir en un mundo tan caótico nos empuja a buscar algo que nos de seguridad. Pero en general nos refugiamos en ideas cerradas que no ayudan a resolver los problemas de hoy.