El valor de la palabra

Tomas Donato/ diciembre 18, 2017/ Espacio reflexivo/ 1 comentarios

Hace ya bastante tiempo acostumbro escuchar palabras de alto impacto, usadas con cierta ligereza. Se habla de dictadura, golpe de estado, represión, violencia, inconstitucionalidad, democracia, justicia social, genocidio, amor, amistad, lealtad…
Me pregunto… ¿realmente amerita su uso reiterado las diversas circunstancias donde se repiten sin cansancio?

El lenguaje es una herramienta que nos permite conocer el mundo, construir una realidad. Por eso, la manera en que usemos y cuidemos la herramienta, nos podrá permitir comunicarnos con precisión, y comprender la realidad de una manera clara, concisa, útil, o de lo contrario, si no afilamos la herramienta, si la usamos de manera bruta, terminemos blandiéndola torpemente, con resultados empobrecedores.

El poder ponernos de acuerdo del significado de las palabras nos permite comunicarnos, entendernos, y compartir una idea general de que es real y que no lo es.

Hasta ahí el sentido “objetivo” de la palabra. A eso podemos agregarle el valor subjetivo. Qué dice de nosotros el uso que le demos. En una época, era considerado que el honor de una persona estaba en su palabra, en lo que decía.

Eso implica que a través del lenguaje, no solo hacemos al mundo, sino que nos hacemos a nosotros mismos.
Y la locura también puede nacer de esto: cuando dos “verdades” chocan violentamente, se contradicen fundamentalmente, la noción de realidad de las personas puede verse comprometida. Tan importante es el valor de la palabra, que de ella puede depender nuestra cordura.

Ciertamente el lenguaje tiene valor como lengua viva, como palabras intercambiadas entre personas. Cuando nombramos algo, le damos entidad. Y cuando usamos una palabra para definir algo, le damos un significado. Ese significado no es simplemente el que podríamos encontrar en su definición de diccionario. Está cargado emocionalmente por las experiencias individuales y sociales de las personas que la usan.

Cada vez que se usa una palabra como dictadura, hay un sesgo, una carga que se le da. No tiene el mismo valor esa palabra en la Argentina como en Suiza. El problema es qué se quiere lograr al usar una palabra.

Porque al fin de cuentas, las palabras no son verdades, son solo palabras. Y su poder está en la influencia que ejercen sobre las personas. No importa si algo es cierto o no, cuando uno habla uno ejerce cierta influencia y poder sobre el otro. Si el otro le da mérito a lo que uno dice, entonces está considerando aceptar como verdadero una idea de la realidad.

Cuando se abusa de palabras de alto impacto, pierden su valor semantico, pero retienen su efecto emocional. Nos movilizan pero no nos abren a pensar sobre un tema. Podemos caer en el peligro de dejar de pensar, de aceptar lo que escuchamos, y dejarnos llevar por las emociones que nos provocan.
Es así que cuando en la Argentina se rotula a un gobierno de “dictadura”, lo importante es la connotación negativa, sin importar si es una dictadura o no. Cuando se habla de “democracia”, eso trae una connotación positiva, sin importar si se esta hablando genuinamente de democracia o no. Y ante el uso de la palabra “justicia” pareciera que esto justificara cualquier conducta, por más terrible que fuera.

Reaccionamos emocionalmente, en vez de pensar lo que se nos está diciendo. Y si hay dos discursos que se contradicen, nos podemos ver tentados de aferrarnos a uno, desechando velozmente al otro, en un intento de salvar una noción de realidad. Pero la trampa es que ya dejamos de pensar, de cuestionar, y de pesar el valor de las palabras.

¿Y cual es uno de los grandes peligros de este abuso lingüístico? Que las entidades, ideas, valores o formas de organización social que representan estas palabras pierdan su valor genuino, dejen de ser lo que son, se vuelvan meras sombras de lo que eran.

Sin el lenguaje, nos volvemos versiones más primitivas de nosotros mismos. No podemos pensar, no podemos comunicarnos, no podemos construir puentes entre diferentes puntos de vista.

¿Acaso el amor justifica el engaño? ¿O la justicia justifica la violencia? ¿Invocar una palabra reiteradas veces es suficiente para que sea verdad? 

Para poder distinguir el oro del cobre, es preciso que seamos claros, y pensemos en lo que decimos cuando hablamos, y cuestionemos qué es lo que se nos dice. Sino las palabras se vuelven meramente un mecanismo de manipulación y de control social. 

¿Ustedes que piensan? Los invito a debatir este tema, comentando el artículo. 

 

PD: Si quieren un ejemplo de lo que es afilar el instrumento, y les recomiendo que lean  “Sobre la amistad” , de Adrián Des Champs.


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Acerca de Tomas Donato

Soy psicoterapeuta individual y de pareja con más de 10 años de experiencia. Mi objetivo profesional es ayudar a las personas a vivir mejores vidas. Por eso mi pasión es la filosofía y la psicología orientadas al desarrollo personal.

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